Juliet the Rabbi; Coming from love, Keeping things real.

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Los susurros de B'khukotai

Como rabina novata, cuando aprendo cosas nuevas, siempre tengo la sensación de que se suponía que ya las sabía.

Y luego me recuerdo a mí misma que no debo sentirme avergonzada.

Porque entré muy tarde en el juego del judaísmo y del rabino.

Y el aprendizaje dura toda la vida.

Nunca lo sabré todo, así que está realmente bien.

Y luego dejo ir parte de la vergüenza.

¡Esta semana aprendí algo nuevo!

Que para esta porción de la Torá se supone que se debe susurrar mientras se la recita.

Esta idea estimuló toda una conversación muy interesante entre mi Colectivo de Mujeres Clero Judías.

¿Por qué susurramos esta parashá?

¿Por qué susurramos en general?

¿Cuándo susurramos?

¿Cuando contamos un secreto?

¿Cuando no queremos que todos los presentes escuchen lo que decimos?

¿Cuando nos avergonzamos de algo que decimos o compartimos?

¿Cuando tenemos miedo de que algo “salga al universo”?

La parashá de esta semana está llena de maldiciones.

Las maldiciones son tan horribles, tan horrendas, que la costumbre es recitarlas en un susurro.

¿Quizás sea una especie de protección contra el mal de ojo?

Siguen la parashá de la semana pasada en la que se nos habla de todo lo bueno que vendrá una vez que “entremos en la tierra.”

Todo lo bueno que sucederá, siempre y cuando sigamos las leyes que nos dan.

¿Recuerdas?

Como por ejemplo, darnos a nosotros mismos, a la tierra, a los animales y a los trabajadores un descanso en el sábado y durante el año sabático.

(Sí, la idea de que los profesores se tomen un año sabático proviene de la Torá; es genial, ¿verdad?)

Además, como liberar a todos los esclavos (los hebreos, debo aclarar), y devolver todos los bienes al final de los 49 años, el Jubileo.

Pero esta semana se trata de lo que sucederá si no cumplimos con estas leyes.

Es decir, estaremos huyendo de nuestra propia sombra.

Tendremos tanta hambre que nos comeremos a nuestros propios bebés.

Sí, ese tipo de horrible.

Entonces podemos entender por qué no queremos decir todo esto en voz muy alta.

Pero ¿susurrarla puede ser también una especie de alejamiento, de negación, de no querer oírla salir de nuestra propia boca?

¿Un reconocimiento de que lo que decimos es literalmente indescriptible?

Quizás como cuando hacemos la vista gorda ante lo que está sucediendo ahora en Rafah.

Como lo está haciendo nuestra administración gubernamental.

¿Quizás la forma en que dejamos de hablar de emergencia climática porque nos sentimos impotentes?

O adoptar el lenguaje de “desastre natural” cuando no es nada natural.

Quizás deberíamos pensar más en cómo “entramos en la tierra,” a quién perjudicamos en el proceso, y reconocerlo.

Y tal vez ahora sea el momento de sentir vergüenza.

Quizás, sólo quizás, deberíamos escuchar nuestra Torá, incluso si, o especialmente cuando, sale en un susurro.

Porque realmente no está bien.